viernes, 18 de julio de 2008

My Fernsehapparat.




La televisión ha marcado la sentencia de mis próximas horas de falso entretenimiento, sencillamente es un intento subliminal de sobrevivir a cuesta de las desgracias de otros para sentirme mejor. Tengo más de 100 canales, sin embargo no existe una opción que me permita identificarme certeramente con sucesos de un mundo real o imaginario que crearon los burócratas, los nazis, los científicos locos, los cristianos e islámicos, los deportistas inflados con hormonas, y peor aún, los periodistas o “comunicadores sociales” (perdón Helman si lees esto).

Paso el canal, ahora veo como un grupo de personas que nadie quiere, que a nadie le importan antes de un hecho concreto, se convierten en actores principales debido a una desgracia dolorosa y repentina, sus caras manchadas de barro y sangre se enfocan con un singular morbo, una avalancha ha llevado sus vidas repentinamente. Tengo la seguridad que al frente de cualquier otra “caja idiota” otro grupo de personas menos inconformes, y seguramente más felices que yo devoran con hambre y sed esas imágenes, las llevan a su cerebro congestionado de ultra violencia cotidiana. Logro aguantar con algo de paciencia e inquietud el análisis de esa tragicomedia, sin embargo, la montaña de barro, desolación, y muerte, es cambiada repentinamente por la del desgarbado Juan Lozano imponiendo un sombrero vallenato a un funcionario del gobierno español. Presiono el botón esperando una mejor respuesta.


Colegialas snobs se pavonean ahora sensualmente en una imitación barata de castillo de Edimburgo. Organizan un evento magnate donde deciden a quien invitar, pero sobretodo, a quien no invitar. Les produce una sensación placentera ver la cara de envidia y egoísmo de quienes no fueron seleccionados. Ahora su madre, una ama de casa que dedica la mayor parte de su vida en una clínica de pies y de uñas se retuerce de felicidad al encontrar un automóvil convertible color amarillo cercano a los 300 millones de pesos. Llega entonces la noche soñada de la quinceañera, le entregan el automóvil color amarillo. Ella se inclina al piso a llorar con una desesperación única, se dobla de dolor y la pena, su automóvil debía ser color rojo y no amarillo, su vida está perdida, al igual que la montaña de barro y sesos del canal pasado.

Si voy a perder el tiempo, es mejor que lo haga de una sola vez y por eso prosigo. Sintonizo un “canal cultural”, es un documental, mis esperanzas están ahora puestas en quemar el tiempo viendo a un grupo de australianos adictos a la heroína; realmente la aman. Su vida diaria está basada en el consumo de ese apetitoso manjar blanco. “Entre terminar con esto, y seguir mi vida normal con mi esposa y mis hijos, la elegí a ella, ustedes saben a quien” dijo Mike, un tipo de unos 48 años sin esperanzas y sin una vida. Laura era su fiel acompañante, sus brazos habían perdido la sensibilidad hacia 3 años, y era consumidora habitual desde los 15 años, ella misma reconoce que era una ñoña y que se introdujo a ése mundo por casualidad, ni siquiera por curiosidad. “I Exist on the best terms i can”.



Ahora planteo un canal imaginario, Chonqueto TV (derechos a Reed Durden), donde los adictos a la heroína viven en el mismo barrio donde mueren las victimas de la avalancha, justo en el tiempo que escuchan no me importa morir del otro yo. La snob muere atropellada por un topolino en la séptima; claro, sólo en sus sueños.